Milio Mariño
He recibido con expectación la noticia de que un buen número de hosteleros avilesinos ha elegido el sexo como protagonista para organizar unas jornadas gastronómicas que han dado en llamar «Pornotapas». Expectación crítica, pues no he podido resistirme al análisis de una idea que tiene su origen en la «Semana de la tapa erótica» que se organizó en Zaragoza y que, aquí, acaban de bautizar como «Pornotaping» para darle, según dicen, un carácter más avilesino.
Vaya por delante que no pongo en duda, ni mucho menos, la buena intención de los hosteleros avilesinos ni ese afán innovador que les ha llevado a discurrir y devanarse los sesos para ofrecernos algo nuevo que, a su entender, llevaría aparejado el marchamo de ser un invento propio, cuya valoración, en el orden científico y económico, cabe presuponer superior al que podría derivarse de haber copiado, al pie de la letra, la semana de Zaragoza.
Insisto, me parece loable el empeño, pero van a permitirme que albergue mis dudas sobre si los hosteleros valoraron, en su justa medida, las ventajas e inconvenientes de la variable que nos proponen.
La comida asociada al sexo no es nada nuevo, viene de muy antiguo, aunque más por la parte afrodisiaca, y su componente erótico, que por lo que se refiere al porno, término que, según se establece en su definición, consiste en la mera reproducción estética de escenas sexuales sin ningún sentido trascendente. De ahí que sea considerado un producto de consumo orientado hacia la estimulación sexual de quien lo recibe; un público que, libidinosamente hablando, suele tener una capacidad intelectual inferior a la media.
Ese detalle, quiero decir la consideración de lo porno, es el que me hace albergar serias dudas sobre el éxito de las jornadas; porque si nos atenemos a la definición del concepto, resultaría que las «pornotapas» no cabría considerarlas un producto comestible sino una composición estética cuya finalidad sería, únicamente, el disfrute de la vista. Extremo que se me antoja alejado de lo que pretenden los hosteleros avilesinos, pues no le veo yo la ganancia al hecho de elaborar vistosas tapas para que los clientes se pongan a mil por hora contemplándolas en las vitrinas de los bares y restaurantes.
Innovar está bien, pero a veces depara sorpresas cuyos efectos difieren de los propósitos iniciales. La comida asociada al disfrute del sexo es una posibilidad que ha ido ganando adeptos, pero intuyo que para los hosteleros solo es negocio cuando aborda la acción de ciertos elementos que, combinados con ingenio y buena mano, alteran la química corporal del cliente siempre que sean injeridos por vía digestiva y no contemplados de visu como puede entenderse por el titulo elegido para bautizar la ya citada semana gastronómica-sexual.
La diferencia entre tapa-porno y tapa-erótica parece arrojar, en principio, un balance más favorable por el lado erótico. No obstante, también se me alcanza que los hosteleros avilesinos debieron pensar que será difícil resistirse a tan sugerentes y visuales provocaciones. Por eso no descarto la posibilidad de que la gente olvide el pudor, deje de lado las inhibiciones y se anime a hincarles el diente a esas tapas que no fueron concebidas, como equivocadamente se apunta en el título, para verlas y nada más.
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